La fragancia de la gratitud | Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Lucas 7:36-50
Serie Libro de Lucas: Certidumbre en Tiempos de Incertidumbre
INTRODUCCIÓN
Lucas nos ha presentado relatos muy conmovedores, como la sanidad de un leproso, el hombre de la mano seca en la sinagoga o la resurrección del hijo de la viuda de Naín, pero ninguno ha sido tan significativo como el que acabamos de leer. Esta no es simple historia de Lucas; es el relato del cielo visto y oído en aquella ocasión.
En esta historia aparece el nombre de Simón, y hay por lo menos 8 Simón en la Biblia. No era Simón el leproso, Simón el mago o Simón Pedro. Lucas simplemente nos dice que era “Simón el fariseo”. Ver a Jesús entrar en la casa de un fariseo y comer con él nos recuerda lo que Jesús dijo en el mensaje anterior, quien habló una palabra dura para esa generación que le rechazó.
Entonces, ¿por qué un miembro de este grupo hostil de fariseos invitaría a Jesús a cenar a su casa? Así que la extrañeza para el lector es ver a Jesús incluido en la lista de los invitados, pero no como cualquiera, sino como el más importante. Note usted las palabras del v. 36: “Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él”.
Pero también debe decirse que, si bien Jesús fue muy frontal con la actitud hipócrita de los fariseos, algunos de ellos llegaron a conocerle, como el caso de Nicodemo, con quien se introdujo la doctrina del nuevo nacimiento, y el más célebre de todos los fariseos, Saulo de Tarso.
Y lo que hará esta historia del fariseo invitando a Jesús una de las escenas más conmovedoras de la Biblia es la manera cómo Jesús acepta a todas las personas, teniendo aquí a una pecadora como principal protagonista. Miremos su audacia y el frasco de perfume que trajo para encontrarse con Jesús, tan distinto al fariseo. ¿Qué hay detrás de esta historia de humildad, prejuicio, amor y perdón?
I. HAY UN HOMBRE CON UNA MOTIVACIÓN PREJUICIADA
a. Es visto en una actitud descortés (verss. 44-46).
Otra vez no sabemos cuál fue la motivación de este fariseo al invitar a Jesús. A lo mejor estaba probando si Jesús era realmente un profeta. En cualquier caso, Simón invitó a Jesús a una fiesta, y nuestro Señor accedió. Jesús nunca rechazó una invitación, aun viniendo de sus enemigos. Acordémonos que a Él lo habían calificado por ser “comedor y bebedor”.
Pero una vez Jesús en su casa, este hombre llegó a ser un pésimo anfitrión porque reveló la más impensable descortesía hecha a un rabino. En tiempos de Jesús se recibía a los invitados dándoles agua para lavarse los pies sucios por el polvo, pero si la persona era un “huésped de honor” el anfitrión mismo vertería el agua en sus pies. La costumbre era de saludar al invitado honrándolo con un beso en la mejilla, especialmente si era rabino.
Otra costumbre tenía que ver con honrar al anfitrión poniéndole un poco de aceite en su cabeza para refrescarse del sol caliente y seco. Simón no hizo ninguna de estas tres cosas cuando Jesús llegó a su casa. Nadie fue más descortés con el más grande huésped como lo hizo Simón. Jesús pudo irse, pero se quedó porque allí iba a suceder el más grande acto de amor hecho por la menos indicada.
b. Es visto en el prejuicio revelado (vers. 39)
Hay dos cosas que van a elevar la tensión en el hogar del fariseo. Una fue la presencia de Cristo, quien no era amado por los fariseos, y la otra fue la inesperada visita de esta mujer pecadora. Aquel momento no podía ser más incómodo para los anfitriones, y como la mayoría eran fariseos, el prejuicio y la descalificación tomaron matices nunca vistos, porque allí estaba el amigo de publicanos y pecadores, aceptando la presencia de una pecadora no invitada.
La primera reacción de Simón fue pensar que Jesús no era quien decía ser (un profeta) porque no sabía con quién estaba tratando. Este pudo ser su razonamiento: “Un hombre de Dios no aceptaría personalmente un comportamiento tan escandaloso”. Esperaba una reacción de Jesús que le indicara a esa señora que, si estaba agradecida con Dios por haber recibido el perdón, que fuera al templo y allí podía dejar su sacrificio de acción de gracias.
En el atrio de las mujeres, ella podía acercarse lo más posible a la presencia de Dios. Allí es donde se expresa apropiadamente la gratitud. De esta manera, Simón juzgó a Jesús por no hacer nada para evitar el momento. Todos estarían molestos, pero Jesús estaba tranquilo, y dejo a la mujer seguir adelante.
Aplicación: El gran prejuicio de Simón el fariseo provenía de su orgullo religioso, su desprecio hacia los pecadores y su escepticismo sobre la verdadera identidad y misión de Jesús.
II. UNA MUJER CON UN CORAZÓN QUEBRANTADO
a. Una pecadora con un perfume carísimo (vers. 37)
No se sabe cómo entró esta mujer en aquella casa. Algunos se imaginan que se vistió adecuadamente para la ocasión y trajo el regalo de una manera elegante, como si ella fuera una invitada del fariseo. En fin, los detalles acerca de cómo entró no importan; como tampoco se sabe cómo obtuvo esa mujer ese perfume. El caso es que esta mujer hizo dos grandes sacrificios: el primero fue traer el caro perfume, y el otro fue entrar en la casa.
Esta mujer nos enseña que Jesús es digno de los mejores sacrificios ¿Sabe usted a lo que ella se expuso? Pero para ella ya no había nada más que perder. Su meta era ver y tocar a Jesús hasta derramar el caro perfume que tenía preparado para Él siendo los pies el lugar del cuerpo donde ese perfume sería derramado. María, la hermana de Lázaro, derramó también otro caro perfume, incluyendo también la cabeza, pero en su caso estaba ungiendo a Jesús para la sepultura.
¿Por qué aquella mujer ungió sus pies? Porque no sentía digna de otra cosa. Con esto ella nos enseña cómo debería venir el pecador a Jesucristo. Todo este acto nos muestra que Jesucristo es digno de delo mejor de nuestra entrega, porque su amor por el pecador supera todos los sacrificios hechos.
b. Un quebrantamiento costoso del corazón (vers. 38)
Necesitamos dar seguimiento a toda la acción de esta mujer una vez dentro de la casa del fariseo. Observe la manera cómo vemos su profundo quebrantamiento. Antes de nada, esta mujer se soltó el cabello. Los que estaban allí sabían de lo que había hecho esta mujer, sobre todo por su reputación que le precedía. En la costumbre judía, la primera vez que una mujer se soltaba el cabello era la noche de bodas; entonces, ¿qué estaba simbolizando aquella mujer con ese gesto?
Que, así como ella le había entregado su cuerpo a un hombre, ahora le entrega su corazón indigno al hombre más santo y digno para ser perdonado. De esta manera, ella lavó los pies del hombre más extraordinario que jamás había conocido.
Al soltarse el cabello hace una especie de promesa definitiva de lealtad a Jesús. Lavar los pies con sus lágrimas se convirtió en el símbolo de mayor quebrantamiento espiritual del que se tenga memoria. Pero sigamos viendo este acto. Después de limpiar los polvorientos pies de Jesús, se puso a besarlos, y luego quebró el alabastro y lo derramó en sus pies. ¡Oh, mi hermano, qué acto más grande de humildad! Nadie ha demostrado un amor tan profundo y respeto por Jesús como este.
III. UN BONDADOSO ACREEDOR QUE PERDONA LA DEUDA
a. El acreedor con los dos deudores (vers. 41)
Como Jesús es omnisciente, Él sabe lo que podemos estar pensando, y eso ocurrió en la casa del fariseo. El fariseo pudo pensar: “Si Jesús fuera realmente un profeta, ya sabría quién lo está tocando”. Acto seguido, y sin adivinar los pensamientos del hombre, Jesús le dirigió una parábola. Simón pensó en su corazón acerca de la mala reputación de aquella mujer pecadora, pero ahora Jesús trae un planteamiento para que el mismo fariseo juzgue la actitud de esta mujer.
Jesús contó a Simón la parábola de los deudores con el acreedor que, poniéndola en términos contemporáneos, eso debería ser alrededor de $500 el uno y $5,000 el otro. Ninguna de esas cuentas, ni la más pequeña, podía ser pagada. Así que en lugar de romperles las piernas (era común en algunos lugares) o asignarles una tasa de interés impagable, el acreedor les canceló la deuda. Jesús entonces le preguntó: “¿Cuál de las dos personas estaría más agradecida?”.
Esta pregunta la respondió Simón bien, y Jesús la aprovechó para traerlo a ese momento para que entendiera lo hecho por aquella mujer, tan contrario a su actitud hacia Jesús cuando entró en la casa. Aquel hombre trató a Jesús como si en verdad no quisiera que Jesús estuviera con él. Quiso tenerlo en su casa, pero no en su corazón. Así vive mucha gente hoy.
b. El perdón concedido por no tener cómo pagar (vers. 42)
Un denario era el salario promedio diario de un trabajador común del país. El deudor que debía cincuenta denarios debía el equivalente a cincuenta días de salario, sin contar el sábado. El otro hombre debía quinientos denarios, lo que equivaldría a unos dos años de sus ingresos. Era una deuda considerable para una persona común en la tierra de Israel. Ante esa condición de no poder pagar, el texto dice: “Y como no tenían con qué pagar, el acreedor les perdonó la deuda”.
Perdonó la deuda libremente. Su misericordia no tenía condiciones. Simplemente la canceló. No hubo algún arreglo en relación con la deuda, por lo tanto, fue cancelada, fue inmerecida y gratuita. Frente a esto, Jesús usó el método de dejar al otro su propio juicio ante lo planteado: “Dime, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?”
Vea la respuesta del fariseo que lo dejó expuesto, y a lo mejor hasta sorprenderse a sí mismo, al escuchar la aplicación de esa parábola a su vida (vers. 43). Con esto Simón al menos permitió la suposición de que uno de ellos amaría más que el otro. Jesús le dijo a Simón: “Has juzgado bien”, y esa fue la única vez que este fariseo hizo un juicio correcto. Acto seguido Jesús lo confronta en los versículos 44-46, y tanto la mujer como los demás supieron quién era el acreedor.
c. Mientras más se perdona, más se ama (verss. 47-48)
Lo que más deseaba aquella mujer era oír estas palabras. A ella no le importó la opinión de Simón ni el escándalo que produjo su presencia entre los asistentes a la fiesta. El veredicto que más quería oír no era la calificación sobre su reputación moral, porque ya eran bastantes sus pecados, sino que fuera perdonada. Y eso fue lo que oyó.
Seguramente, Jesucristo le diría muy suavemente en su oído: “Ni yo te condeno, vete y no peques más”. Cada uno de nosotros tiene una historia de salvación y un llamamiento de parte de Dios, ocurrida en nuestros corazones de manera tan parecida a la de esta mujer. No sabemos qué pasó después con ella, pero su historia sería recordada como la mujer que amó mucho a Jesucristo, y aquel perfume derramado en los pies del Señor, simbolizando la “fragancia de la gratitud”, sería recordado por todas las generaciones.
No hay mayor regalo que el Señor nos pueda dar que cancelar y borrar nuestras deudas del libro de cuentas pendientes y perdonarnos por cada pecado que hayamos cometido. Mientras más reconozco mi deuda de pecado, más lo amo, porque quien mucho se le perdona, mucho ama. Esta es la historia de cada pecador que acude a Jesucristo.
d. Aquel a quien se le perdona poco, poco ama (vers. 47b)
Creo que es necesario decir que este hombre, si no conoció al Señor, se perdió para siempre habiendo tenido a Jesús en su propia casa. Si esto fue así, tenemos que decir que hay gente como Simón que se cree no ser tan mala como aquella mujer para que le sean perdonados sus pecados. Simplemente no tienen “muchos” pecados. Las personas como Simón no necesitan gracia; ellas lo analizan todo.
Ellas no piden misericordia; lo debaten y lo dejan sin efecto. No era que Simón no pudiera ser perdonado; simplemente nunca quiso. En esta historia, el fariseo permitió a Jesús entrar en su casa, pero no le permitió entrar en su corazón convirtiéndose en un mal anfitrión. Sin embargo, nos encontramos con una mujer que, siendo muy pecadora, se convirtió en la mejor anfitriona ante el desplante de Simón.
Hay dos tipos de personas en el mundo: quienes han recibido el perdón de sus pecados como esta pecadora y quienes se mantienen firmes en su impenitencia como el fariseo. Hay quienes colman de alabanzas y adoración a Jesús y quienes se niegan a someterse a él. ¿Con quién se identifica en esta historia? La ironía de esta historia es que hay mucha gente yendo al infierno teniendo tan cerca a Jesús.
CONCLUSIÓN
Ningún pasaje nos ilustra mejor la miseria y la misericordia como este. Aquí tenemos “una adoración sin palabras con una mujer sin nombre”. Ella lavó los pies de Cristo enjugándolos con sus propias lágrimas, en lugar de agua. En lugar de usar una toalla, utilizó sus propios cabellos sueltos para secarlos, y fue después de eso cuando le besó sus pies, en lugar de su mejilla.
Pero no conforme con eso, derramó sobre sus pies un carísimo perfume que llevaba el sello de la “fragancia de la gratitud”. Esta mujer nos deja la enseñanza de que la adoración debe ser hecha con hechos, y no solo con palabras. A través de su ejemplo aprendemos que aquellos que reconocen la magnitud de su pecado y buscan el perdón con sinceridad y humildad, serán abundantemente perdonados y amarán profundamente a Jesús.
La enseñanza más grande es que el perdón de Cristo es inmerecido y gratuito, y mientras más se nos perdona, más debemos amar y agradecer. Cristo vino a salvar lo que se había perdido. Para Simón, un verdadero profeta era alguien que evitaba a los pecadores, especialmente a las mujeres pecadoras. Para Jesús, ser un verdadero profeta implicaba sentirse herido por los pecadores y acercarse a ellos para amarlos y perdonarlos. Mientras más indignos nos sentimos por nuestros pecados, mayor será el perdón.
© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Bautista Ambiente de Gracia, Fairfax, VA.